martes, 10 de agosto de 2010

Investigación Libro Arte






La Ciudad de los colores

“Ya escampó. Camine lo llevo a un sitio que le va a gustar”

Raúl Osorio M.

*La puerta de la ciudad es un arcoíris magnífico.

La ciudad de los colores es una ciudad más bien pequeña, que solamente se puede visitar después de la lluvia, cuando el cielo le abre la puerta.

Una vez dentro de ella, llama la atención la estrecha relación que sus habitantes tienen con los colores. Son bastante temperamentales, pues su estado de ánimo varía con los tonos del ambiente.

Quienes pronostican los fenómenos meteorológicos en la Ciudad de los Colores no hablan de “Vientos huracanados, lluvias intensas, día soleado o cielo cubierto”, sino de “predominios”:

“Hoy predominará el rojo durante toda la mañana. Hacia el mediodía tendremos unos instantes de naranja y por la tarde pasaremos del amarillo al violeta, con tendencia hacia el azul a la llegada de la noche”.

Con estas informaciones, los habitantes combinan sus ropas para armonizar o contrastar con el día, según el estado de ánimo de cada uno.

*La ciudad es en general alegre, de jardines bien cuidados y siempre florecidos.

Consideran los árboles como seres sagrados y por ello debaten sus problemas a la sombra de los centenarios robles de la plaza, de manera que siempre encuentran una solución que tiene que ver con la vida y el amor.

Hija del invierno y del arcoíris a la ciudad nunca le falta el agua. Por todas partes hay estanques de agua clara, siempre fresca, donde abrevan los bisontes tornasolados, los animales que les ayudan en las labores del campo.

Los habitantes han aprendido a emplear con mesura las enormes y mansas reses, pues los colores de la pelambrera se acentúan o disminuyen indicando el grado de fuerza o de mansedumbre de cada uno durante las duras jornadas agrícolas.

De esta manera evitan fatigarlos en exceso o utilizarlos cuando por cualquier circunstancia los animales no desean trabajar.

Esta actitud de respeto hacia los bisontes, aunada al amor por la tierra y las plantas hace que la más dura labor parezca fácil.

Es impresionante ver como de madrugada resoplan las yuntas arrastrando los pescados arados que roturan la tierra, arrancan las rotas raíces muertas, rompen lo terrones y rajan los surcos para que el suelo suave se abra y asimile la semilla cuando soplan brisas de lluvia.

*Unos días después, y como ha ocurrido desde hace siglos, los alrededores de la ciudad de los colores florecen con la vida.

Su gran preocupación ha sido siempre la búsqueda de la armonía con el mundo que le ha tocado en gracia vivir.

Si por ejemplo los meteorólogos pronostican tiempos de predominio de grises, verdes opacos y tonos fríos para el año que se aproxima, los agricultores sembrarán girasoles, trigo, ahuyama, maíz amarillo, y pondrán especial atención a los huertos de limoneros y naranjos, para así equilibrar los tonos del cielo con los de la tierra.

Si para la siguiente cosecha se anuncian cielos cálidos, con constantes crepúsculos de cobre y encendidas auroras, los campesinos de La Ciudad de los Colores cultivarán violetas, tulipanes morados, berenjenas y pensamientos. Es la época de cuidados esmerados para las sementeras de moras de Castilla, uvas y oscuros aguacates roji-morados.

Es tal vez la gente más celosa en la preservación de su cielo, su tierra y sus aguas, siempre amenazadas por la contaminación de las ciudades vecinas.

*Hace muchos años, a principios del siglo, el arcoíris era permanente y se podía visitarla cualquier día, a cualquier hora.

Pero el deterioro del planeta, los obligó a restringir la entrada a ciertas ocasiones especiales, cuando luce el arcoíris después de la lluvia.

Los viajeros que logran entrar son cada vez más escasos.

Al retornar dicen que las costumbres no han cambiado: a los niños se les enseña a respetar la vida y reconocerla en los colores del cielo y de la tierra, después aprenden las otras cosas, como cantar, lavarse la cara y peinarse la frente.

Para quienes ha n nacido y han sido criados en ciudades permanentemente grises, ahogadas por el humo, secas como pedregales, desertizadas por el acero, el cemento, el vidrio y el plástico, La Ciudad de los Colores es como una revelación cercana al Paraíso.

Hoy día es muy difícil encontrar lugares así en el Planeta.

La sonrisa de sus gentes, lo primoroso de sus casas recostadas a las suaves colinas sembradas de frutales y salpicadas de bosques, las leyendas tejidas alrededor del color de su cielo hacen que valga la pena esperar con paciencia una oportunidad para entrar.

Es por eso que con mi amigo Raúl nos vamos a acampar a las montañas donde los compadres nos han dicho que sale el arcoíris y esperamos el tiempo que sea necesario hasta que llega la lluvia, y pasa, y el cielo saturado de humedad nos abre la puerta maravillosa de la Ciudad de los Colores con la llave mágica de la luz.

*“Somos unos privilegiados” nos decimos y volveremos la cara hacia atrás para verificar que todos los incrédulos nos están mirando, viéndonos decirles adiós con el corazón conmovido por tanta belleza, tanta luz y tanto color que flota en el aire, como si cruzáramos no por una ciudad, sino por una nube de mariposas.



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